Prefiero que no queden ni los cimientos de toda sociedad conocida, que se derrumbe la civilización y la tierra se trague el frío cemento gris.
Prefiero que los cristales se quiebren y el metal se oxide. Que caigan los edificios y los sótanos se hundan.
Que las universidades y las bibliotecas, centros de saber, ardan bajo la furia de los rayos. Que desaparezca cualquier atisbo de conocimiento humano.
Prefiero que volvamos a las cuevas, olvidado el lenguaje. O a las copas de los árboles. Que nuestras manos se tornen torpes para manejar un movil o un ordenador.
Antes que ver como mueren los bosques y agonizan los mares, que se inmole el progreso. Antes que ver como arrastramos a la Tierra hacia la ruina prefiero conmoverme con el fin de la Humanidad.
Y es que aunque los Árboles griten, lloren los Ríos y el Mar susurre deprimido o grite embravecido estamos sordos a ellos. Sordos por voluntad propia. Sordos de ego.
Sordos por el ruido del ego que nos mata y nos condena. Sordos por el ruido del progreso que nos lleva de la mano hacia el Infierno.
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