Los sables espectrales no conocían el descanso, y la acorralaban, dándole cada vez menos espacio por el que expandirse, sofocando su dulce claridad entre aterciopeladas y ominosas sombras, robando todo lo que antes fue alegría y truncándolo en bilis negra, negra como una noche a solas con la única compañía de un corazón marchito.
Y tenía que ocurrir. Finalmente la fría lobreguez tomó la forma de una funesta hacha. Majestuosa, eso si, y enorme. Tan, tan grande, que casi oscurecía con su sombra al resto de luz que, acongojado, se acurrucaba en el último rincón, temblando de miedo y sin atreverse a respirar.
Y el acero cayó.
(Munch - La Desesperación)
No hay comentarios:
Publicar un comentario