lunes, 3 de febrero de 2014

Bilis negra.

La luz se extingue, sofocada por millones de espadas negras que aguijonean su suave piel y rasgan sus blancas vestiduras. Retrocede e intenta huir, pero sus perseguidoras son implacables, y si algo se ha dicho de la oscuridad, es que ocupa todo lugar que no alcanza la luz. O aún mas, que ocupa todo lugar donde la luz vacila, tiembla o titubea.
Los sables espectrales no conocían el descanso, y la acorralaban, dándole cada vez menos espacio por el que expandirse, sofocando su dulce claridad entre aterciopeladas y ominosas sombras, robando todo lo que antes fue alegría y truncándolo en bilis negra, negra como una noche a solas con la única compañía de un corazón marchito.

Y tenía que ocurrir. Finalmente la fría lobreguez tomó la forma de una funesta hacha. Majestuosa, eso si, y enorme. Tan, tan grande, que casi oscurecía con su sombra al resto de luz que, acongojado, se acurrucaba en el último rincón, temblando de miedo y sin atreverse a respirar.



Y el acero cayó.



(Munch - La Desesperación)


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